Las gotas de lluvia se le
clavaban con fuerza en su mano derecha, en una lucha lenta pero
constante con las siluetas con las que el virginia intentaba seducir
su muñeca. En el lado oeste de su cuerpo, la incertidumbre se dejaba
notar en forma de pequeñas briznas de esmalte de uñas granate
impregnadas en la madera del fósforo, culpable del agradable sabor
que las musas dejaban en ella. Sí, el rojo le sentaba
bien. Recordaba que era rojo aunque ahora solo se viera un gris algo
distinto al resto. Recordaba cada sensación congelada en aquel
momento, hoy arrugado y con olor a demasiado tiempo. Recuerdos que
vivirían para siempre recogidos en el enmarañado mapa que las venas
de esas mismas manos se empeñaban en trazar.